IMAGINACIÓN CREADORA: REPORTAJE MACBETH

Por Roberto Gacio

Las obras de teatro clásico cubrieron los escenarios cubanos durante los siglos XIX y XX, después de 1959 siguieron teniendo vigencia, sobre todo en un grupo de repertorio ecléctico como Teatro Estudio. Vicente Revuelta y Berta Martínez principalmente dieron ejemplos de la escena clásica; fueron verdaderos paradigmas de creatividad y modernidad estilística. Nuestros actores de aquella época poseían la cualidad de expresar el verso de manera especial porque muchos venían de la escuela del buen decir imperante en las décadas del cuarenta y el cincuenta, y, aunque se modernizaron en su técnica con los ejercicios stanislasvkianos, conservaron las cualidades vocales necesarias e imprescindibles para los textos shakespereanos y del Siglo de Oro español. Luego, en décadas posteriores y debido a otros métodos y maneras que priorizaron la fisicalidad en las tablas, se perdió bastante de aquel repertorio y quizás la mejor manera de enfrentarlo.

Indudablemente, asumir hoy esos discursos de corrección idiomática, con la ampulosidad de sus personajes, de amplia caracterización, y los cambios de escena, que requerirían gastos colosales de montaje en vestuario y escenografía, obligan a pensar en otros modos de creación teatral más económicos. Es así que muchas puestas en escena actuales se apoyan en recursos tecnológicos o multimediales, que mal utilizados pudieran resultar ridículos, atroces o forzados.

Raúl Martín, director, diseñador escénico y dramaturgista, estrenó a finales de 2019 una versión de Macbeth de William Shakespeare de una modernidad, buen gusto y riqueza conceptual, muy bien acogida por el público y la crítica especializada.

En la dramaturgia, Martín respetó todos los hitos de la tragedia de la simulación: la violencia y el crimen de los poderosos y dictatoriales jefes de gobierno, en este caso, un rey que destrona a otro e invade territorios en su afán depredador, guiado por la ambición desmedida. Los avatares de su trayecto como gobernante y asesino relucen a nuestros ojos en un dúo que nos provoca desprecio y horror: Macbeth y su esposa Lady Macbeth, tan miserable y monstruosa como él, instigadora de crímenes y fechorías.

La representación prescinde de escenografía y se sostiene, sobre todo, por las perfectas composiciones coreográficas, que dan variedad y riqueza a la misma; entradas y salidas bien pensadas y ejecutadas para que nunca decaiga el ritmo trepidante de la acción.

Esa cualidad innata y desarrollada por Martín de sorprendernos y estimularnos a los espectadores mediante un pensamiento estético de exquisitez, ha regido su creación de diferentes maneras, ya sea en los textos contemporáneos que ha concebido, o en este clásico, donde su discurso se imbrica con inteligencia al tono y esencia del original.

¿Dónde radica la singularidad de la tarea del director? En la síntesis de los elementos expresivos que conforman su espectáculo; algo insólito, asombroso, pues los que pudieron ser añadidos vacuos, en las manos del líder de Teatro de la Luna se convirtieron en joyas de expresión escénica y a la vez en actualización del tejido dramatúrgico para su concreción en una solución contemporánea

Me refiero a la utilización de una pantalla, presente durante toda la puesta, como acertado recurso de transgresión epocal, donde periodistas de la realidad cubana actual del Noticiero Nacional de Televisión: Irma Shelton, Karina del Valle y Lisandra Amat, nos informan en diferentes momentos de las acciones de las tropas de Macbeth y de sus contrincantes, también apreciamos imágenes de soldados en acción y de batallas, todo imbricado en lo teatral propiamente dicho. Del mismo modo, hay escenas del rey depuesto y del nuevo rey que tomará el poder: Malcolm, el sucesor del asesino Macbeth.

La versión dramatúrgica se debe al propio Raúl Martín, que ha logrado conformar en un haz, texto, diseño espacial, escenográfico, luminotécnico y puesta en escena, lenguajes que empastan perfectamente con el concepto de la actuación.

Una cualidad del director ha sido y es el respeto a la sicología de los personajes y al sentido de búsqueda de la verdad en la actuación. Nunca ha acudido a poses o movimientos bellos pero extraños sin justificación, lo cual puede nublar la visión del sentido último o fundamental de la acción misma. Por tanto, la actuación en el espectáculo se fundamenta en el choque de los conflictos, en la lucha de contrarios, hay aspectos brechtianos en la frontalidad de las composiciones y de los actores en solos y dúos, en realidad muy a tono con los tiempos actuales. Martín fusiona lenguajes y técnicas y enlaza todo lo que le sirve para expresar la tragedia y sus consecuencias. No olvidemos que Raúl fue alumno de Dirección del gran régisseur Roberto Blanco, de ahí esas distribuciones limpias, precisas, hermosas. Sin embargo, a diferencia de Blanco, el decir y los movimientos tienen una tonalidad de drama dentro de la tragedia. Nunca abusa o promueve lo teatral ampuloso, la suya es una condición acorde con un concepto más contemporáneo.

El vestuario, a cargo de la destacada y reconocida diseñadora Celia Ledón, realmente posee altos valores artísticos y estéticos. Presenta elementos del medioevo que adquieren actualización con rasgos de la generación punk. Realizado en colores grises y negros, utiliza rasgados en mangas, piernas o pecho, cuyas transparencias resaltan o descubren zonas de la piel de los actores. De igual modo, destaca la suntuosidad que les otorgan grandes alfileres imperdibles de fulgor plateado, colocados de diferentes modos en chaquetas masculinas y en trajes femeninos.

Otro llamativo aporte a la originalidad y atractivo de la escenificación radica en otorgarles a las brujas de la historia original la condición de ser a la vez los músicos en vivo del espectáculo. Laura de la Caridad González, como primera Bruja, dice los textos y toca el piano; Isaac Soler, como Bruja segunda, el violín; y Ernesto Fonseca, como Bruja tercera, la guitarra eléctrica. El conjunto musical-actoral distiende las tensiones que provoca la pieza, resulta un parteaguas en las acciones violentas; es como un giro irónico y de humor negro de los sucesos, algo absurdo y contrastante, por novedoso.

Los actores implicados asumen el discurso textual con hondura, seriedad y conocimiento del estilo y del decir. En Banquo, Roberto Romero da nuevas pruebas de versatilidad, en este caso resaltando la dureza y energía poderosa de su personaje, un adalid, a lo que contribuye su imponente imagen física. Como Ross, Freddy Maragoto, propone una línea más queda, insinuante y sibilino, con un estilo y tono personales que determinan una oposición interesante en el elenco. Ángel Ruz, joven actor con cierta experiencia en otros roles, muestra la desesperación y el sufrimiento por la muerte de su esposa. Su Macduff emocionalmente reclama la atención de los espectadores.

El joven Malcolm, de Víctor Cruz, con el antecedente paradigmático de su interpretación anterior en Equus, encuentra otra arista en este personaje, que solo vemos en pantalla. Lo enfrenta con resolución, fuerza, y sobre todo con el refinamiento propio de la clase que representa.

También en imagen, Osvaldo Doimeadiós, uno de nuestros más reconocidos actores, con una intervención especial, aporta ese seguro decir e inteligente hacer que lo definen como un intérprete todo terreno.

Roberto Gacio Suarez

Revista "Tablas" 1-2. Año 2021

En los entes de poder intervinieron Freddy Maragoto, Víctor Cruz y Alejandro Castellón. Colaboraron en la multimedia, Robin Alejandro Corrales, Daniel Alejandro Barrera y Giselle Quintana.

Los dos soportes principales de la puesta son Amalia Gaute y Jorge Enrique Caballero en los roles de Lady Macbeth y Macbeth respectivamente.

La jovencísima Amalia cuenta con una dicción y fraseo perfectos, con la intencionalidad y proyección vocal adecuadas para abordar un clásico. Su fuerza dramática, intensidad interpretativa e inteligencia artística, le permiten desarrollar la malignidad y los oscuros deseos de esa mujer ambiciosa, de instintos asesinos. Ella, instigadora de muchas de las acciones de su marido, constituye el poder detrás del trono.

Por su parte, Jorge Enrique Caballero, experimentado en variados personajes de teatro, televisión y cine, con un espléndido dominio corporal, entrega sentimientos y emociones que van desde la violencia hasta el miedo y el terror. Sostiene cabalmente este enorme protagónico con la mesura e impetuosidad necesarias. Solo que en momentos álgidos de la trama, cuando está embargado por emociones extremas, estrangula un tanto la voz, lo cual se debe a la tensión corporal, que no debería interferir en la libre expresión de las palabras. A pesar de ello, su actuación puede calificarse de altísimo nivel interpretativo, lo que valdría para ratificarlo como uno de los actores más relevantes de su aún joven generación.

La concepción del espectáculo denota un pensamiento político como parte de un análisis social que incluye lo humano y lo histórico. Sus fundamentos son inclusivos e integradores, de una visualización contemporánea que agrupa lo tecnológico y lo artesanal. Creatividad, imaginación, síntesis expresiva se amalgaman en un resultado sumamente atractivo, que toma como referente a un público heterogéneo, con soluciones escénicas que trasparentan de forma veraz y con claridad las intenciones conceptuales, envueltas en el manto arropador del juego artístico de personajes y situaciones. Ello le confiere a Reportaje Macbeth una cualidad diferente y de significativa trascendencia para la escena actual de la nación.