A VECES GRITO

Por Chiqui Vicioso

Freddy Ginebra me confesó una vez que en las grandes ciudades siempre busca un parque. Entonces se sienta y llora por varias horas, todo el llanto que su papel como ángel de la felicidad colectiva en Santo Domingo (sobretodo ahora que el otro ángel, curiosamente también Freddy, regresó a su casa), no permite.

Por eso muchos fueron los sorprendidos con el texto de A veces grito, una obra que escribió hace 45 años y que se ha vuelto a presentar con un elenco envidiable. Primero fue Alejandro Vásquez, joven colombiano de 23 años, con excelente dicción, dominio del cuerpo y gran experiencia actoral. Integrante del legendario grupo Matacandelas, de Medellin, este joven ya ha actuado en nueve de las producciones de su Compañía y en varios festivales internacionales.

Mirarlo e imaginarse a Freddy Ginebra con esas propuestas existenciales fue una gran sorpresa para un público acostumbrado a la risa, el júbilo y el sentido del humor del más alegre de los dominicanos. Desde mi butaca escuchaba los comentarios…¿Qué Freddy escribió esa obra? ¿Por qué estas búsquedas? ¿Por qué esa mirada crítica a la sociedad?

Con su dominio del cuerpo, Alejandro logró convertir una mesita de sala en bote, mecedora, vientre materno, cama, sofá, galeón de piratas, podium, escritorio, un gran acierto de la impecable dirección del más talentoso de los jóvenes directores de teatro de Cuba: Raúl Martín, y de su asistente técnico Rey Trujillo.

Hasta esta obra solo había visto a Norma Leandro y María Isabel Bosch lograr tal maravilla: Hacer de un trozo de tela un bebé, un regazo, un bote, una bandera, una casa. Eso hizo Raulito con una absoluta economía de medios: Un par de zapatos, una mesita de centro sala, una camisa de fuerza, y una camisa de caracoles con las luces de las profundidades del mar. Momento sublime de la obra y de una escenografía donde la utilería de la escena final: Escritorio, lámpara, canapé, sobraba.

Cuando Freddy y Alejandro aunan sus voces, puede escucharse el silente grito del público, que luego estalla en una estampida de abrazos y felicitaciones, porque los y las espectadores a veces gritan, y lo hacen en el único espacio donde su grito puede transformarse en arte: Casa de Teatro.

Ese grito faltó al final, cuando Freddy dijo que no se abrirían las puertas y pudo condicionar la salida a que cada espectador o espectadora lanzara su grito personal, lo que pudo ser la gran caída del telón de A veces grito.

Una catarsis que esperamos no se prolongue por otros 45 años, en esta zona colonial llena de pequeños parques, donde Freddy puede estar seguro de que la próxima vez que se anime a gritar un inmenso coro de voces se hará eco.