BIENVENIDOS AL VARILLA'S BAR

Por Miguel Gerardo Valdés Pérez

Un tema de frecuente acercamiento, en los últimos veinte años, es el de la pervivencia de las raíces socioculturales en los individuos, con independencia del lugar donde estos hayan decidido establecerse. Muchos creadores de literatura, cine y teatro han tomado como eje dramático la lucha interior de personajes sometidos a los procesos que entraña la ruptura con los códigos, aquellos que han nutrido parte importante de sus vidas y que devienen fuente de conflicto y permanentes razones para las nostalgias y añoranzas.

Quien haya compartido con amigos o antiguos compañeros de profesión que por razones personales lleven largo tiempo fuera del lugar donde nacieron y crecieron, saben que es un daño emocional que difícilmente se supera y que solo encuentra temporal alivio en abrazar, complacer, compartir, con aquellos que le llevan en la piel el salitre del malecón habanero, los olores de la cocina materna, las humedades de la tierra agradecida por la lluvia, o la brisa cómplice de cualquier parque.

No importan los motivos que hayan seducido o presionado a esas personas a intentar romper con lo que bien se sabe nadie puede apartar de sí. Esa constante, a la que tantas veces apelo cuando trato de incursionar en el complejo y peculiar mundo de la representación teatral, sin dudas, es también un factor que decide la asimilación del mensaje que el teatro genera, así como las interrelaciones entre todos los componentes de ese fenómeno artístico y también social, que a su vez es portador de gustos, preferencias y comportamientos de los sujetos que integran la colectividad a la que pertenece.

La Dra. Carolina de la Torre, investigadora a quien he citado en más de una oportunidad dada la frescura al abordar este tema, no ajena a la eclosión y reincidencia argumental del fenómeno en múltiples manifestaciones creativas contemporáneas, ha declarado en el primer párrafo de uno de sus más consultados textos que:

“Para millones de personas «la identidad» es cuestión de vida o muerte. Para los demás, aunque todos no sean conscientes de ello, es uno de los más importantes procesos de construcción de sentido. Para los interesados o enfrascados en las disciplinas humanas, sea cual sea la posición teórica o la aceptación de estos planteamientos, parece ser evidente que el tema de las identidades no solo es uno de los más tratados actualmente en los contextos académicos, profesionales y políticos, sino una cuestión casi insoslayable”.

Quizá sea precisamente el adjetivo “insoslayable” el que haya convencido a Raúl Martín para llevar a escena la pieza teatral Delirio Habanero del creador cubano, tempranamente desaparecido, Alberto Pedro.

Tres personajes centran la trama del espectáculo. Tres personajes, además, que transitan justamente entre el delirio, la veraz coherencia de sus megalomanías y sus irrenunciables identidades. Tres almas, reunidas por azar en un mismo espacio, independientemente, que cada uno tenga sus diferentes motivaciones para coincidir física y temporalmente e intercambiar anécdotas acerca del sentido de sus vidas y de sus respectivos destinos.

De ellos, uno, es la pieza argumental clave que da pie a que los otros dos, figuras emblemáticas de la música cubana, converjan, discrepen, y rebelen los principales pasajes de sus pasadas existencias.

Varilla —según declaran las notas del programa, un cantinero del conocido restaurante habanero La Bodeguita del Medio—, en su improvisado o soñado bar, cada noche aguarda la presencia de Benny Moré y Celia Cruz. Los tres se disputan recuerdos, grandezas y debilidades. En el caso de La Reina, se tornan dolorosas las reflexiones, pues justamente se apela a los sentimientos de desarraigo y apego a una nación que nunca dejó de estar en sus canciones. En el del Bárbaro del Ritmo —potente voz que aun en las viejas grabaciones sin el concurso de los sofisticados recursos tecnológicos continúa conmoviendo hasta lo profundo—, con fidelidad, se evocan, más que se relatan, sus contornos humanos.

Justo es declarar que más allá de lo argumental o textual de la pieza, lo que realmente engrandece a esta puesta en escena de Teatro de La Luna es una paridad de excelencias en cada uno de los protagónicos. Sería difícil al comentarlos darles una prioridad actoral. Por esa razón, se respetará, al mencionarlos, el orden en que aparecen en la escena de la acogedora sala Adolfo Llauradó.

Amarilys Núñez, con su personaje Varilla, alcanza una contundente caracterización, no solo avalada por la limpieza de la cadena de acciones; sino por el acertado empleo de cada parlamento en función de sus transiciones y de las orgánicas y expresivas transformaciones del rostro.

Es Mario Guerra quien reencarna, más que encarna, la legendaria figura del Benny, y para ello se vale de una cuidadosa gestualidad rítmica y una potencialidad escénica que trasciende lo corporal en evidente conjunción con desempeños vocales que transportan al espectador de la realidad observada a las asociaciones imaginativas con el personaje real.

Laura de la Uz al asumir a Celia Cruz enfrentó un reto muy difícil que superó con creces. Además de interpretar canciones en tonos graves y melódicos que provocan especial emoción en el público —Vieja Luna es una de ellas—, le impone tal dosis de credibilidad a sus desplazamientos escénicos y a sus textos que no quedan dudas de la presencia de La Reina en el improvisado bar.

Mención debe otorgársele a los parcos y funcionales elementos escenográficos, sobre todo, a las maletas. Elementos que se transforman y sorprenden dada la creatividad de su juego en escena. Como habrá de suponerse la banda sonora es otro personaje de excelencia.

Representar nuevamente Delirio Habanero, a más de diez años de su estreno, corrobora, tal y como sentencia su texto original, “que hay espíritus que no pueden enterrarse”, de la misma manera que hay presencias que se agigantan en la medida en que su leyenda las tornan indelebles en el imaginario del público que las aplaudió.

Raúl Martín encontró en su Teatro de La Luna la fórmula para regresar a dos gigantes obligatorios en el referente histórico musical cubano. Démosles entonces la bienvenida en el Varilla’s Bar para que continúe la leyenda.