DELIRIUM

"Tú eres tú y ella es ella"

Por William Ruiz Morales

Fue una noche de premiere de Delirio habanero en el Principal de Camagüey, marcada por la sorpresa de redescubrir el espectáculo en su nuevo ambiente. Los personajes debían habitar otro bar imaginario, otra decadencia, otra erosión. Desde las puestas habaneras se podía descubrir una relación intensa entre el espectáculo y el espacio que lo rodeaba. Raúl Martín decide fragmentar el espacio único de representación y lleva a los de Teatro de La Luna a desarrollar otras áreas de trabajo invadiendo espacios diversos y cambiantes, espacios que en esta relación adquieren visibilidad. Entonces es inevitable que un cambio de ambiente signifique un acto de extrema violencia para la pieza, situación de la que salió airoso el espectáculo, a pesar de la sangre en el camino. Descubrí que el espectáculo basculaba hacia una de las zonas que pasaba casi imperceptible, un cierto carácter bufo de la puesta en escena. Ver a los actores con mayor lejanía, en un escenario que crea ilusión, activó un carácter más epidérmico de la pieza, su posibilidad de ser cuadro interesante por el cuidadoso tratamiento de la composición escénica, teatro de figuras, máscara. A pesar de la pérdida inevitable de un poco de esa densidad que podíamos casi tocar, también se demostró que la calidad de los actores les permitía llenar de energía una sala de dimensiones y formas peligrosas, aún más si pensamos que el espectáculo siempre defendió un carácter íntimo. La razón es simple, estamos en presencia de personajes que existen, que no dependen de ninguna amabilidad: como están, es posible percibirlos de las maneras más extremas, pero siempre percibirlos.

En esta ocasión, para alarma de muchos, la pieza fue entendida de formas diferentes, se levantaron reacciones que convocaban a desconcierto, lecturas del monstruo negro. Una intensidad que provocó que el ritmo se violentara, que se distendieran momentos donde el actor debía suspender el continuo, esperando que concluyera la sorpresa de un efecto nunca antes visto. La avidez se manifestaba en la búsqueda de mínimos fragmentos que fueron creando marcas dentro de la estructura de la pieza, un segundo plano de lectura de marcada banalidad. Pero bueno, esa no es la pieza.

La pieza, escrita por Alberto Pedro, en versión de Raúl Martín, investiga un patetismo desde el florecimiento de lo banal, auténtica tragedia tropical. Es una pieza que descubre el reflejo negro de la luz intensa, el funerario que nos acompaña en una suerte de danza macabra que, como somos, está llena de sensualidad. Es nadar en seco, disfrazarse, ser otro, pero, ¿quién?: angustia que recorre a todo simulador. Este es el punto conmovedor, esa posibilidad de ver una obra que es capaz de notar esa angustia y profundizarla. Sumergirse en la decadencia y crear un mecanismo que lejos de encontrar solución se divierte en su tristeza. Pero sin demasiada fijeza, sin mucho amor por el pathos del héroe, a ritmo de son, no te canto un réquiem. Es el placer encontrado en la carencia, la comedia sacada de la agonía, la aberratio del placer encontrado en la herida. Todo eso me conmueve y más de Delirio habanero.