Matrimonio blanco

Por Vivian Martínez Tabares

Acaba de estrenarse por Raúl Martín y el laborioso equipo del Teatro de la Luna, Matrimonio blanco, obra del dramaturgo polaco Tadeusz Rozewicz, en otra puesta que suma a la saga de este grupo un nuevo acierto artístico y que, luego de dos funciones de estreno en la Sala Adolfo Llauradó, por ahora llegará a siete dentro de la programación Semana de Teatro Polaco, y ojalá integre la cartelera del Festival de Teatro de La Habana 2013 para que se prolongue en cartel y pueda ser vista por más espectadores, y para que el intenso fogueo que supone una cita internacional de esta naturaleza propicie que siga creciendo.

El autor de la pieza, notable dramaturgo pero además poeta, narrador y guionista, nació en 1921 y los estudios sobre su obra dan cuenta de una permanente evolución creativa. Sufrió de cerca las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, lo que marca su creación. Como sobreviviente y escritor, se cuestiona el papel de la cultura y de la poesía, si no son capaces de sacudirse de las normas que rigen las buenas costumbres. De esa postura viene su ejercicio de la palabra despojado de cualquier adorno y lo que se ha llamado el desprestigio de la metáfora. Y en su obra, referente indiscutible en la cultura de su país, se percibe una contraposición dramática entre el mundo de la cultura y el de la biología.

Algunas constantes del autor de otras obras teatrales como El fichero, también traducida como El archivo, y La vieja mujer empolla, están presentes en Matrimonio blanco, este estreno del Teatro de la Luna. Como afirma Raúl Martín, el director, en las notas al programa de mano: “Humor corrosivo, incómodo, tabúes, derribados con la violencia de las imágenes sugeridas, son algunas de las ‘herramientas’ de Tadeusz Rosewicz, que bebe de la tradición de un teatro polaco expresionista, farsesco, como el de Witkiewicz, Gombrowicz o Mrozek.” Y concluye que este montaje es para ellos, y lo cito nuevamente: “nuestro intento de gritar con libertad, de disfrutar la ruptura de los límites de una dudosa decencia, a veces preconizada desde la total impudicia, jugar a que lo poético puede estar aderezado con palabras supuestamente procaces, disfrutar la miel de estas palabras, derrumbar ídolos y no sentir que por ello se nos niega la entrada al paraíso.”

La puesta concreta esta intención con una hermosa trama visual, cuidada como todas las del Teatro de la Luna, en la cual la concepción del diseño de escenografía y vestuario combina el sentido modular, con sillas construidas con cierto estilo a las que se han incorporado ruedas que permiten a los personajes un movimiento extracotidiano, y telones evanescentes que dan a algunas situaciones cierto ambiente surrealista o que sirven para difuminar figuras y situaciones. Todo ello sirve de efectivo marco a una acción que se ubica en un tiempo pasado, de acuerdo con el vestuario, pero que puede transcurrir de un modo semejante en el presente, cuando tabúes e hipocresías condicionan conductas y expresiones. Porque de lo que se trata es de examinar el comportamiento del ser humano y sus impulsos vitales frente a los retos que le impone la sociedad en sus relaciones con los otros, y en las cuales la honestidad con los demás pero sobre todo con uno mismo, es la mejor garantía para lograr algo parecido a la felicidad y a la realización más plena

Desde el punto de vista del lenguaje artístico, en paralelo, y consecuentemente con lo anterior, esta puesta sirve para reflexionar también acerca del modo de respuesta orgánica del Teatro de la Luna a un estímulo externo —el que significa insertarse en la Semana de la Dramaturgia Polaca, con sus correspondientes beneficios de apoyo económico y logístico—, en tanto la puesta en escena consigue un compromiso genuino de cada uno de sus miembros con sus roles, con resultados artísticos de alto nivel, al tratarse de una verdadera obra de creación, ajena a cualquier intento guiados en primera instancia por factores extrartísticos y de franca improvisación o lamentable amateurismo, que suele acompañar a algunos trabajos por encargo

Matrimonio blanco, de Teatro de la Luna, entretiene, divierte y nos involucra a fondo, desde la activación de nuestro intelecto y de la puesta a prueba de nuestros valores, mientras disfrutamos de muy hermosas imágenes que componen los cuerpos de actores entrenados y dúctiles, en conjunción con los diseños de escenografía, vestuario y luces, todos a cargo de Raúl Martín

El elenco está integrado por Yaité Ruiz, como Bianca, pródiga en mostrar las disyuntivas y dualidades de su personaje; Olivia Santana —que se desdobla en dos roles: Paulina y la cocinera, mediante el despliegue de diferentes y atractivos recursos, y es esta una actriz que crece, a ojos vistas en cada desempeño—; Yordanka Ariosa como La Madre, subrayadamente sobria; George Abreu en El padre; Manuel Reyes, también en doble desempeño, como Benjamín, el pretendiente de Bianca, y El abuelo, cuya voz impostada y el rictus que la acompaña como rasgo diferenciador no impiden una perfecta y segura emisión de este joven intérprete; y el actor invitado de Teatro El Público Freddy Maragoto, que se trasviste en La tía en brillante ejercicio histriónico. Todos son capaces de construir sólidos personajes a la vez que de cantar y moverse de manera precisa. Consiguen equilibrio en un buen decir, que permite disfrutar la palabra aguda del texto, y en los gestos y movimientos, por medio de tramas físicas que construyen armónicas composiciones, gracias al entrenamiento danzario y la asesoría coreográfica de Odwen Beovides, Brenda Estrada y Maylín Castillo, sobre una partitura sonora, con música original, versiones y arreglos de Rafael Guzmán.

La organicidad de cada uno de los actores, expresada en la verosimilitud con que cada personaje sostiene las situaciones dramáticas y humorísticas en diversos grados, y el equilibrio en el trabajo de conjunto, garantizan un estimable resultado, que reafirma cómo el Teatro de la Luna es hoy uno de nuestros mejores grupos teatrales, en sostenido ascenso gracias al rigor y a la constante actividad creativa, ambos a la par. Y se trata de un grupo en el cual el trabajo de los jóvenes actores que lo integran, se afina cada vez más, y cada uno a su modo, desde marcadas individualidades, se revela capaz de crear sutiles transiciones dramáticas y de encarar, cuando es necesario, la perspectiva de presentación que le pone en condiciones de comentar críticamente, desde la escena, sus postura como roles. Así, garantizan el pleno disfrute de los espectadores, que premiaron con una cálida ovación la función de estreno de Matrimonio blanco y que, de seguro, efectivamente estimulados y con energía encendida, la mantendrán en franco desarrollo.